Este artículo fue originalmente publicado el 7 de febrero de 2024 en El País Planeta Futuro. El autor es el investigador junior Miguel Janer García. Puede consultar el artículo original aquí.
Steve tiene seis años y vive en el slum (asentamiento informal) de Mathare, el segundo más grande de Nairobi. Como todos los niños kenianos de seis años, está en la edad de empezar su etapa escolar obligatoria. Su familia, poco antes de comenzar el curso, se acercó al colegio público más cercano para matricularle, pero allí les comunicaron que ya no había plazas disponibles. ¿Qué podía hacer la familia de Steve, sin dinero suficiente para pagar una matrícula privada?
Según los últimos datos publicados por el Gobierno, en 2020, Kenia contaba con 23.368 colegios públicos y 8.096 colegios privados —de los 55 millones de habitantes del país, el 37% tiene menos de 14 años, según el Fondo de Población de la ONU—. Estos dos tipos de centros conviven con un tercero, el de los privados low cost (de bajo coste), que atiende a familias de bajos ingresos de las zonas más pobres de grandes ciudades, los asentamientos informales o slums. Estas escuelas, a menudo un proyecto de familias residentes en estos barrios, no están registradas ni controladas por el Gobierno y han suscitado las críticas de organismos gubernamentales por la baja calidad tanto del profesorado como de los materiales e instalaciones de la escuela, al mismo tiempo que atienden a niños que de otra manera quedarían excluidos del circuito escolar.
La polémica más sonada estalló en 2018 entre las Bridge International Academies, un grupo de escuelas de bajo coste que contaba con cientos de centros en África, y la Unión Nacional de Profesores de Kenia. El secretario general de esta última en aquella época, Wilson Sossion, afirmó públicamente que las escuelas low cost eran ilegales y que debían ser clausuradas inmediatamente. Finalmente, tras la presión ejercida por parte del Gobierno, terminaron cerrando más de la mitad de estos centros.
En el slum de Mathare viven aproximadamente 500.000 personas, aunque no hay datos muy exactos. Pero Mathare cuenta tan solo con cuatro colegios públicos. “Actualmente, un 60% de los niños aquí van a estas escuelas low-cost”, afirma Alice Wanjiru, empleada de la ONG Educafrica, que colabora con varias escuelas del barrio en la formación del profesorado.
En el último informe Kenya economic update, el Banco Mundial resalta la elevada cantidad de dinero que los hogares destinan a educación en Kenia: un 33% del gasto total en educación del país viene de las familias, donde la enseñanza primaria (de los seis a los 14 años), teóricamente gratuita, suma una serie de gastos ocultos, como libros y uniformes. Un ejemplo lo pone Benjamin Aminga, director de la escuela de bajo coste Golden Bells Education Center, que imparte clases a 180 alumnos: “Algunos niños no tienen suficiente dinero para pagar la comida, así que de vez en cuando pongo algo de mi propio bolsillo para que puedan llegar a final de mes”.
El salario mínimo en Kenia es de unos 181.400 chelines al año (unos 1.020 euros), un nivel que muchas familias de barrios como Mathare no alcanzan. Los costes anuales de colegios como con los que colabora Educafrica rondan los 7.500 chelines al año (unos 42 euros) para educación primaria, el doble para secundaria.
“Kenia ha hecho esfuerzos impresionantes, aumentando el gasto en educación, incrementando la matriculación en todos los niveles y mejorando sus resultados antes de la pandemia, convirtiéndose en uno de los países de mejores resultados de la región”, señaló el Banco Mundial en su informe de junio de 2022. El Gobierno invierte en el sector educativo un 4,1% de su PIB, por encima de otros países de la zona, como Uganda (2,6%), Tanzania (3,2%) o Etiopía (3,7%). Organismos como Unicef, por su parte, subrayan que la escolarización en enseñanza primaria en Kenia roza el 93%, pero cae hasta el 53% en secundaria. Además, algunas zonas del país llegan a tener un ratio de 77 alumnos por profesor.
Los colegios de bajo coste no reciben ayuda gubernamental, explica Andrew Omamo, director y fundador de la escuela Red Hill Education Center, con más de 350 estudiantes: “Toda la financiación que tenemos es la tasa que pagan los alumnos”. Judy Odero, fundadora y directora de Destiny Junior Education Center, otra de las escuelas low cost de la zona, (365 estudiantes) lo corrobora. “Fomentamos que los profesores hagan ver a los padres y alumnos la importancia de la educación”, subraya.
En cuanto a sus resultados, alumnos de ambas instituciones se presentaron al último examen nacional de educación primera, una prueba que realizan los estudiantes tras completar octavo y que está supervisada por el Consejo Nacional de Exámenes de Kenia, un organismo examinador dependiente del Ministerio de Educación. En Red Hill, la nota más alta fue de 327 puntos (de un máximo de 500) y 12 de los 27 alumnos que se presentaron obtuvieron al menos 250 puntos. En Golden, la mayor nota fue de 336, y la mitad de los alumnos (cuatro de ocho niños) aprobaron.
Steve tiene ahora 12 años, y gracias a la ampliación que Judy Odero ha realizado en la escuela Destiny, puede continuar sus estudios de secundaria. Cuando le preguntan qué quiere ser de mayor, responde sin dudar: “Quiero ser ingeniero, para devolverle a mi comunidad todo lo que me ha dado”.