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December 14, 2022
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Posted by NCID

Este artículo fue originalmente publicado el 14 de diciembre de 2022 en El País Planeta Futuro. Los autores son el investigador junior del NCID Luis A. Brito y Javier Larequi. Puede consultar el artículo original aquí. Imagen de ANADOLU AGENCY VIA GETTY IMAGES


Filipinas ha vuelto a las clases presenciales dos años después de cerrar los colegios por la pandemia. Pero solo 24.000 de las 54.000 escuelas del país, situado en el sudeste asiático, comenzaron las clases el pasado mes de septiembre con el 100% de la presencialidad, mientras que las demás se están adaptando a la nueva normalidad desde un modelo híbrido (digital y en persona).

Según el Banco Mundial, cuando comenzó la pandemia en 2020, solo el 50% de la población filipina usaba internet, pero la educación digital pasó a ser el medio de enseñanza más común. Esta cifra es similar a la de países como Indonesia, pero está lejos de otros más desarrollados en este ámbito como Malasia. Teniendo en cuenta que en Filipinas se ha prolongado la educación digital por más tiempo que en la mayoría de los Estados de la región —a pesar de la falta de conectividad y herramientas para ello— es pertinente preguntarse cómo se encuentra la educación tras dos años con las escuelas vacías. Y es importante hacerlo en tanto que aqueja algunos problemas relevantes en el ámbito educativo, como ser uno de los peores del mundo en comprensión lectora, por citar un área específica.

Ahora, existe el riesgo de que la mejora que Filipinas ha tenido en los últimos años en algunos indicadores educativos se pierda. De hecho, el país incorporó recientemente la universalidad y obligatoriedad de la educación preescolar (antes de los tres años)y añadió dos cursos de escuela secundaria. El programa Pantawid Pamilya ha ayudado a mejorar la matriculación de los niños y los adolescentes, así como la atención sanitaria de los beneficiarios. Esto es fundamental, ya que un acceso a estos servicios (y que sean de calidad) determinan el éxito en el futuro y contribuyen al crecimiento inclusivo.

La investigadora en economía del desarrollo de la Universidad de Oxford, Claire Cullen, explica que “a pesar de que los niños filipinos han olvidado parte de lo que sabían y han dejado de aprender nuevas habilidades (como consecuencia del cierre de las escuelas) los programas de educación de recuperación pueden ayudarles a ponerse al día”. Uno de ellos puede ser el que impulsa ProFuturo, de las fundaciones LaCaixa y Telefónica, que desde 2017 ha formado en educación digital a 83.931 estudiantes y 2.588 docentes, y está presente en 226 escuelas en Filipinas.

El acceso desigual a un ordenador y a internet ha provocado, por ejemplo, que durante estos dos años no haya sido igual la educación de un niño rico de Manila, la capital, que la de otro pobre de la isla de Mindoro. La alta tecnología educativa basada en complejos programas informáticos no siempre resulta igual de útil para todas las áreas geográficas, y no todo el mundo la tiene a su alcance. De hecho, Filipinas se encuentra bastante avanzada en el acceso a sistemas de baja tecnología y, según el Banco Mundial, contaba en 2020 con 137 líneas de móvil por cada 100 personas, una cifra que es superior incluso a la de países europeos.

La puesta en marcha de programas de recuperación a través de tutorías por teléfono pueden ser más accesibles y útiles para conseguir que la brecha tecnológica sea lo más pequeña posible. Un artículo reciente publicado por Noam Angrist, Peter Bergman y Moitshepi Matsheng en Nature Human Behavior descubrió que las llamadas semanales de formación telefónica uno a uno en Botsuana, realizadas por la ONG Youth Impact a través del programa ConnectEd, mejoraron significativamente el aprendizaje.

Tras observar esta mejora inicial en el país africano, la ONG Innovations for Poverty Action y el Departamento de Educación del Gobierno de Filipinas se aliaron con Youth Impact para comprobar si esta iniciativa podría ser efectiva allí. “Una prueba a gran escala de tutorías de matemáticas por teléfono demostró ser extremadamente eficaz cuando las sesiones las impartían maestros del Gobierno o ayudantes de las ONG”, explica Claire Cullen, investigadora en la Universidad de Oxford. La proporción de niños que sabían dividir se triplicaba de tal manera que “el programa ayudaba a los estudiantes a adquirir el equivalente a cuatro años de alta calidad con solo ocho semanas de llamadas”, continúa.

Hay que recordar que la continuidad de la educación en Filipinas también depende de los desastres naturales, como tifones y tormentas tropicales, como la que recientemente ha ocasionado al menos 45 muertos y más de 40.000 evacuados.

El estudio del Banco Mundial titulado Making Growth Work for the Poor (conseguir que el crecimiento sea útil para los pobres), de 2018, analiza la situación socioeconómica del país. La tasa de matriculación escolar en la secundaria cinco años antes de la pandemia era del 67,4%, datos peores que los de Malasia (68,5%), Indonesia (75%) y Tailandia (82,6%), según el documento. Con el sistema educativo en funcionamiento de forma presencial, hasta un tercio de jóvenes con posibilidades de cursar la secundaria no estaban matriculados; ahora, la educación digital se ha convertido, por tanto, en un desafío todavía mayor.

Pero, ¿por qué un tercio de los jóvenes no cursan la secundaria aún en condiciones de normalidad? El estudio antes mencionado explica que las principales razones del abandono escolar de 12 a 15 años son el alto coste y las necesidades económicas familiares. Le siguen muy de cerca la falta de interés personal y de su núcleo cercano, lo que demuestra la poca confianza que existe por sus frutos reales a medio y largo plazo, y la imposibilidad de quedarse en la escuela por tener que atender necesidades familiares. Por otra parte, en la educación primaria, el 20% de los niños que no asisten al colegio es por razones de salud o discapacidad. En la secundaria estas variables están detrás de solo el 5% de los casos de abandono escolar.

El Banco Mundial destaca que entre 2006 y 2015, tres de cada cuatro personas sin educación tenían trabajos informales o por cuenta propia. Mientras tanto, el 83% de hombres y mujeres con estudios universitarios estaban empleados en el sector privado o en el Gobierno. El salario medio diario de los trabajadores que no han ido al colegio es de 115 pesos filipinos (1,95 euros). En cambio, los trabajadores con educación terciaria obtienen de promedio 506 pesos filipinos (8,57 euros) diariamente. Hasta cuatro veces más. Las personas que vienen de familias más pobres cuentan con niveles de escolarización más bajos y menos posibilidades de recibirla en un futuro.

Los trabajadores sin enseñanza secundaria tienen menos ingresos y más probabilidad de caer en la pobreza. Los gastos no relacionados con la matrícula son una carga importante para los más vulnerables, mientras que los hogares más acomodados gastan más por cada niño en materiales didácticos, tutores privados y clases extraescolares, lo que tiene un impacto significativo en el aprendizaje y en su futura productividad en el mercado laboral.

En plena pandemia, las familias menos preparadas han tenido todavía más dificultades para ocuparse de la escolarización de los niños. Resulta crucial que mejore la calidad educativa del país y fomentarla para luchar contra la pobreza. Los programas expuestos son una muestra de que el fomento de la innovación y el combate contra la desigualdad van de la mano. Es necesario que los gobiernos, incluido el filipino, implementen políticas públicas inclusivas que impulsen un crecimiento a largo plazo a través del alivio de la pobreza, que en primer lugar debe ser atajada por la vía de una mejor sanidad y una mejor educación.