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April 13, 2021
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Posted by NCID

Esta columna de opinión fue originalmente publicada el 1 de abril de 2021 en El País Planeta Futuro. Los autores son los investigadores junior Daniel Dols y David Soler. Puede consultar el artículo original aquí.


 

El domingo 15 de marzo de 2020 la pequeña Emmanuella Njeri Muraguri, de 10 años, estaba en casa con su hermano mayor, Prince. Su hermano le había prometido que jugaría si acababa los deberes y dejaba hecha la mochila para ir al cole al día siguiente, pero cuando lo dejó todo listo apareció en la televisión Uhuru Kenyatta, presidente de Kenia: "Hemos suspendido la enseñanza en todas las instituciones educativas con efecto inmediato". Njeri llevaba dos meses en sexto de Primaria, pero jamás volvería a coger la mochila hasta el curso siguiente.

Al principio, se alegró: ¡No había cole! Pero conforme pasaron los días, Njeri empezó a echar de menos ir a clase. "No veía a ninguno de sus amigos, no iba a nadar, ni siquiera salía de casa para ir a misa de domingo. Estaba aburrida, pero aguantó los nueve meses", asegura su madre. "Durante todo ese tiempo me preguntó muchas cosas para las que no había respuestas, fue una espera demasiado larga", reconoce.

En enero, más de 17 millones de estudiantes kenianos volvieron a los colegios tras un curso perdido. A pesar de informes que sostenían que los menores de 19 años solo tenían un 9% de los positivos por coronavirus, el Gobierno prefirió ser cauto. Sin embargo, esa decisión puede tener graves consecuencias. En los primeros días de la vuelta al colegio las entidades informaron que miles de estudiantes no habían regresado, especialmente niñas adolescentes en zonas remotas. Tan solo en los tres primeros meses de confinamiento, 152.000 jóvenes quedaron embarazadas, un 40% más que la media habitual.

A ello se le une la dificultad para seguir la educación en línea. Kenia es el país con el mayor porcentaje de población conectada a internet de toda África con un 87,2%, pero la media es la mitad. Además, eso no garantiza tener un ordenador y conexión en casa. Antes de la pandemia UNICEF ya apuntaba a la falta de medios para el estudio en línea: más de un 90% de los hogares en África subsahariana no cuentan con un ordenador y un 82% no tienen acceso a internet.

"Cerrar los colegios tiene un efecto a largo plazo. Si los niños no van durante seis meses, eso tiene efectos en la economía durante 10 o 20 años", asegura el profesor Dirk Krueger de la Universidad de Pensilvania. El Banco Mundial calcula que el cierre por la pandemia puede causar hasta 4.500 dólares de pérdidas para cada alumno subsahariano. Unos 3.800 euros. El cierre de las escuelas por el coronavirus puede acabar con una generación perdida de estudiantes africanos que afecte severamente al desarrollo del continente.

África tiene una media de edad de 20 años y el crecimiento demográfico pronostica que un tercio de los jóvenes en 2050 sean africanos. Apostar por la educación de la juventud es vital para asegurar un correcto desarrollo del continente y el acceso a oportunidades de empleo acordes a su formación. En la actualidad, 12 millones entran cada año al mercado laboral, pero solo se crean 3 millones de puestos de trabajo. La falta de empleo cualificado provoca que dos de cada tres estén desempleados o en el mercado informal, sin seguridad laboral.

"La política óptima ante un confinamiento debe tener en cuenta la edad de la población", afirma el profesor Krueger. "Los efectos para la salud se concentran entre los más mayores, mientras que los económicos a largo plazo pesan sobre la población joven". Krueger mencionó estas palabras en el Empowering Africa Workshop, una jornada en línea organizada por el Navarra Center for International Development (NCID) de la Universidad de Navarra en colaboración con la Universidad de Pensilvania y la Reserva Federal de Filadelfia a la que asistieron 70 estudiantes de 12 países africanos. El evento tenía como objetivo identificar al talento africano y formar a los mejores economistas del futuro del continente.

África tiene cada vez más líderes económicos que toman decisiones como la recientemente nombrada directora de la Organización Mundial del Comercio, la nigeriana Ngozi Okonjo-Iweala. El crecimiento del continente requerirá de líderes como Okonjo-Iweala que tengan una sólida comprensión de la economía y puedan crear modelos que evalúen los efectos potenciales de sus políticas, así como mecanismos de evaluación basándose en la evidencia. Las instituciones académicas deben ser las encargadas de buscar y sacar el mayor rendimiento al potencial humano africano, poniendo el foco en la investigación como catalizador del desarrollo. El director del NCID, Luis Ravina, es claro: "Lejos de negarnos a un cambio demográfico y de liderazgo mundial que no tiene freno, debemos apoyar y dar lo máximo de nuestras capacidades para participar en ese proceso".