Este artículo fue originalmente publicado el pasado 30 de mayo de 2019 en el medio de análisis internacional El Orden Mundial. El autor es el investigador junior del Navarra Center for International Development David Soler Crespo. Puede consultar el artículo original aquí, publicado bajo licencia Creative Commons BY-NC-ND. A continuación se reproduce íntegro el artículo.
El país con menor densidad de población de África ha salido adelante con relativo éxito impulsado por sus dos mayores tesoros: los minerales y la fauna marina. Marcado por una clara división entre el norte, más rico, y el desértico sur, los colonos se disputaron las tierras de Namibia durante décadas antes de dar paso a la independencia en 1990. Desde entonces, manda el movimiento de liberación SWAPO, que ha respetado la democracia y ha consolidado la confianza del electorado. Sus principales retos son conseguir reparar la dignidad de los pueblos arrasados por el genocidio y crear oportunidades para los jóvenes que deben liderar el futuro.
Con tan solo dos millones y medio de habitantes en un territorio más grande que Turquía, Namibia avanza hacia el futuro intentando quitarse el lastre de su pasado. Porque Namibia no fue Namibia como tal hasta 1990, cuando consiguió la independencia y sus primeras elecciones democráticas. Situada en la punta suroeste del continente, el Estado se ha construido sobre el desierto del Namib. A él han llegado desde hace miles de años tribus de todo el continente: los boskops, los joisanes, los joijóis, los hereros y los ovambos. Estos últimos, de la familia bantú, suponen la mitad de la población actual y dominan la política y la riqueza del país.
En su gran extensión se dividen distintos escenarios dentro de un mismo país. Namibia cuenta con los desiertos del Namib y del Kalahari en la costa y el sur y zonas montañosas y más ricas en el norte. Es en sus más de 1.500 kilómetros de costa donde se establece una de las principales industrias del país: la pesca. Fue por ahí por donde entraron los primeros colonos europeos a finales del siglo XV. A sus tierras llegaron exploradores portugueses, holandeses y, muy especialmente, alemanes, quienes consolidarían su poder cuando a finales del siglo XIX las potencias europeas se repartieron África a su antojo.
Ocupación y genocidio alemán
La potencia alemana antes de la Gran Guerra vio este territorio como un nexo clave en sus deseos de crear Mittelafrika (‘África Central’), un gran imperio alemán en África que recorriera de costa a costa y de arriba abajo el continente. Tras ocupar lo que hoy es Togo y Camerún y constituir el África Occidental Alemana y con el establecimiento del África Oriental Alemana, que abarcaba desde Ruanda y Burundi hasta Tanzania, en 1884 Alemania se anexionó Namibia y creó el África del Sudoeste Alemana. La ocupación por Gran Bretaña un año después de Bechuanalandia —lo que hoy es Botsuana— impidió la expansión del imperio alemán. Los británicos temían una alianza alemana con los bóers en el África austral que los aislaba del resto del continente.
La invasión de los territorios no fue fácil, pero la agresiva weltpolitik (‘política mundial’) que promovía el país germano a principios del siglo XX tumbó cualquier resistencia con la fuerza. En Namibia se encontraron con la resistencia de los pueblos locales, como los namaquas y hereros, quienes en 1904 se sublevaron contra los ocupantes que robaban sus tierras y pozos. Alemania tuvo que pedir refuerzos para hacer frente a la ofensiva de los pueblos índigenas. Con más efectivos y armas más potentes, la violencia y brutalidad de los alemanes arrasaron con todo. A partir de entonces, crearon campos de concentración para que los hereros y namaquas mantuvieran la colonia con trabajos forzados. El campamento de concentración de Shark Island fue el predecesor de lo que serían los campos de exterminio nazi; en él se hicieron experimentos pseudocientíficos con humanos y se asesinaba a personas de todas las edades sin pudor. El 11 de agosto Alemania acabó de aplastar la rebelión en la batalla de Waterberg. Detrás quedaron aniquilados el 80% de la población herera —de unas 80.000 personas— y la mitad de los namaquas —unos 20.000 antes del genocidio—.
Para ampliar: El reparto de África: de la Conferencia de Berlín a los conflictos actuales, Roberto Ceamanos, 2017
Alemania sigue desde entonces sin pedir disculpas públicas por el genocidio, y no fue hasta 2015 cuando oficialmente lo reconoció como tal. Los pueblos herero y namaqua siguen con su lucha por devolver la dignidad y honrar a sus antepasados. En diciembre de 2018 consiguieron que Alemania repatriara —por tercera vez— restos de 27 personas que los colonos se llevaron hace décadas a su país para analizar. La lucha de las poblaciones namibias viene de mucho antes, pero no fue hasta julio de 2016 cuando el Gobierno pidió formalmente reparaciones al país germano y no incluyó a ambos pueblos en la mesa de contacto con los alemanes. En 2017 los descendientes de los fallecidos iniciaron una acusación particular ante un juzgado estadounidense para exigir reparaciones similares a las que tuvieron los judíos que sufrieron el Holocausto, que sumaron 70.000 millones de dólares. Sin embargo el juez desestimó la petición en marzo de 2019.
El hecho de que los hereros y namaquas intenten conseguir la justicia por su cuenta se debe a las diferencias con el partido en el Gobierno, la Organización Popular de África del Sudoeste (SWAPO por sus siglas en inglés). Este movimiento de liberación nació en el norte del país entre la población de etnia ovambo y concentra su electorado en esta parte del país, mientras que los hereros y namaquas son del centro y sur. Una vez el país consiguió la independencia, la SWAPO ha intentado apropiarse de la Historia de lucha del país e imponer un relato único silenciando la lucha de los hereros, cuyas élites se oponían a un Gobierno copado por los ovambos del norte.
La SWAPO: de movimiento de liberación a partido del Gobierno
Inicialmente conocido como el Congreso Popular de Ovambolandia, la SWAPO nació en la década de los 50 en Ciudad del Cabo entre los exiliados que se negaban a aceptar la anexión de Namibia a Sudáfrica. Tras la derrota alemana en 1919, los generales Jan Smuts y Luis Botha —primer ministro de la Unión Sudafricana, aún colonia británica— intentaron anexionarse Namibia, por entonces llamada África del Sudoeste, pero la Sociedad de Naciones lo impidió y aceptaron el mandato para administrarla como territorio independiente. Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial la recién creada Organización de las Naciones Unidas (ONU) —sustituta de la Sociedad de Naciones— reclamó el mandato de África del Sudoeste, a lo que Sudáfrica se negó y anexionó de facto el territorio como una quinta provincia en 1949 sin la aprobación de la organización.En vista de que no se retirarían, la SWAPO pasó a ser en 1966 una guerrilla contra la ocupación, que duró hasta finales de los años 80. Por aquel entonces, Sudáfrica había perdido rédito internacional y cada vez recibía menos apoyos de las potencias occidentales por su política del apartheid. A ello se le unía el conflicto en el que estaba inmersa en Angola, donde apoyaba a la oposición contra el nuevo Gobierno del Movimiento Popular de Liberación de Angola —respaldado por Cuba—. En total, Sudáfrica se dejaba 250 millones de dólares anuales en sus batallas fuera de su territorio, y en 1988 acordó sacar a sus soldados de Namibia a la vez que Cuba hacía lo propio con los suyos en Angola.
Para ampliar: “El legado de la exclusión racial en Sudáfrica”, Fernando Rey en El Orden Mundial, 2016
En 1989 al fin se implementó la Resolución 435 del Consejo de Seguridad de la ONU —inicialmente aprobada en 1978—, que daba comienzo al proceso de independencia del país. Ese mismo año volvía a Namibia Sam Nujoma, líder de la SWAPO, quien había pasado las tres últimas décadas en el exilio. En las elecciones de noviembre de ese año, la SWAPO consiguió la victoria y una mayoría en la Asamblea Nacional, pero no llegó a los dos tercios de los votos como para poder redactar la Constitución a su gusto. Así, tuvo que consultar con grupos minoritarios de la oposición, especialmente con la Alianza Democrática de Turnhalle, el principal partido de oposición al Gobierno. La SWAPO ha revalidado su victoria en las cinco elecciones hasta la fecha; cosechó sus mejores resultados en las últimas, celebradas en 2014, con más del 80% de los votos.
A pesar de no haber tenido alternancia de partido en el Gobierno desde su independencia, Namibia se considera una de las siete democracias del continentesegún el índice anual que elabora The Economist. El primer presidente, Nujoma, modificó la Constitución para permanecer tres mandatos en el cargo, pero, tras retirarse de la primera línea, su sucesor cumplió el anterior límite constitucional de dos mandatos y delegó el poder en el actual presidente, Hage Geingob. Este se presenta a la reelección en los comicios que se celebrarán en noviembre de 2019, en los que con casi total seguridad saldrá reelegido. Las elecciones en el país se desarrollan sin incidentes y los observadores indican que los procesos son limpios y libres —con voto electrónico desde 2014— y reflejan la voluntad de los namibios.
Para ampliar: “Democracia a la africana: Nigeria y Gana”, Inés Lucía en El Orden Mundial, 2019
En 2014 la SWAPO adoptó una política aplaudida en todo el mundo al implementar la paridad de género en sus listas. Actualmente Namibia cuenta con 48 mujeres entre sus 104 parlamentarios, casi la mitad. A ello se le añade la denominada política cebra, por la cual, si un ministro es varón, su segundo será una mujer —y viceversa—, una regla que, de momento, no han adoptado en lo alto del Ejecutivo, ya que tanto el presidente como el vicepresidente son varones.
La dominancia de la SWAPO en la política namibia tiene varias lecturas. La primera es su pasado como movimiento de liberación, lo que granjea al partido un sentido de legitimidad sobre el gobierno del país. A ello se le une una oposición fragmentada incapaz de presentar un programa que se distancie de las políticas del Gobierno; con tan solo dos millones de habitantes, este año se prevé que concurran hasta diez candidatos a la presidencia. Por último, cabe destacar el control de las instituciones que aglutina el partido gubernamental. Esta característica es típica de los movimientos de liberación del sur de África, que a su llegada al Gobierno tras la independencia emplearon una política de despligue asignando todo tipo de instituciones, agencias y empresas públicas a amigos del partido. Por una parte, esto era necesario al heredar un modelo racista: en Namibia todos los puestos de mando en el Gobierno central estaban ocupados por hombres blancos al comienzo de la independencia, pero para 1996 el 70% de los funcionarios eran hombres negros y mujeres, relegados a un segundo plano en la época colonial. Por otro lado, esto agudiza el control de un partido del Estado en el que se difumina la línea que separa ambos.
Para ampliar: Liberation Movements in Power: Party & State in Southern Africa, Roger Southall, 2013
La minería y la pesca como motores económicos
El dominio del Estado que tiene la SWAPO tampoco sería posible sin una relativa estabilidad económica. El país llegó a crecer por encima del 20% del PIB en el tercer cuatrimestre de 2004 y tiene una media de crecimiento del 4,8% anual desde la independencia. Además, las arcas del Estado tuvieron un superávit fiscal de casi diez puntos en 2017 tras la política del presidente Geingob de reducir el gasto público por la leve recesión que sufre el país desde 2016. A pesar de ello, el Fondo Monetario Internacional prevé una pronta recuperación que llevará al país a un crecimiento del 3.4% del PIB en los próximos cinco años.
Uno de los sectores históricamente más importantes del país es la minería. A mitad del siglo XIX, los exploradores europeos vieron a la comunidad local de ovambos extrayendo cobre y de entonces datan las primeras actividades mineras en la bahía de Walvis, al noroeste. Pero no fue hasta después de la Primera Guerra Mundial cuando los afrikáners se hicieron con el control de las minas del sur del país. Tras la independencia, el nuevo Gobierno introdujo leyes para regular la explotación de los minerales y en 2006 aplicó una regalía de entre el 2% y el 3% sobre el valor de mercado de los metales preciosos y minerales.Namibia es un tesoro de minerales. En su territorio se encuentran hasta 30 diferentes de toda variedad —desde oro y plata, pasando por cobre, plomo, zinc y grafito, hasta piedras como cuarzo rosa, granito y mármol—, que constituyen la principal mercancía exportada del país. En los últimos años el comercio de las piedras preciosas ha crecido hasta tal punto que, junto con los metales y monedas, generaron un valor de casi dos mil millones de dólares en 2017. El diamante es el mineral estrella del país y las empresas que lo explotan tienen que pagar un impuesto del 55% por operar en el país, frente al 37,5% del resto de las compañías mineras. A pesar de la gran actividad minera y la riqueza que genera, no crea mucho empleo entre la población: tan solo un 2% de los namibios trabajan en esta industria; la gran mayoría —casi un tercio— se dedican a la agricultura y la pesca.
La pesca es el segundo sector más importante del país. Así como sus tierras acogen una gran variedad de minerales, sus aguas dan cobijo a más de una veintena de especies de peces, gambas y cangrejos. Namibia está entre los diez países del mundo con mayor valor de producción de pescado y es el segundo mayor productor a nivel mundial por habitantes. La industria pesquera es la segunda más importante en términos de exportación, ya que el 90% del pescado va a parar fuera de sus fronteras. Su principal socio comercial es España, que acaparó un tercio de las exportaciones —por valor de 226 millones de dólares— en 2017. En Namibia están asentadas las grandes empresas pesqueras gallegas, como Pescanova, Iberconsa o Mascato, que, además de tener su propia marca, comercializan su producto como marca blanca para supermercados como Mercadona.
Su gran desafío: la inclusión
La SWAPO ha respetado la democracia y ha conseguido renovar su poder sin tener que imponer la fuerza a la vez que ha hecho crecer la economía. Ha logrado estabilidad en un país prácticamente despoblado, cosa que ya de por sí debe verse como un éxito, visto el historial de otros movimientos de liberación amigos en el sur de África, como la Unión Nacional Africana de Zimbabue o el Partido de la Revolución —Chama Cha Mapinduzi— en Tanzania, que han destrozado la economía y minado la democracia para imponer su poder por la fuerza.
Sin embargo, el crecimiento no ha llegado a todo el país. Al conseguir la independencia, la SWAPO aparcó la revolución socialista para acomodarse a un sistema capitalista que mantuviera a flote la economía, pero del que solo se beneficia un grupo de élites. A pesar de que la pobreza se ha reducido a la mitad —ha pasado de afectar a un 58% de la población en 1993 a un 29% a comienzos de esta década—, sigue siendo muy alta y un 15% de los namibios vive con menos de dos dólares al día, unas cifras que el Banco Mundial prevé que se mantengan a corto plazo.
Esto se traduce en que Namibia tenga un desarrollo relativamente bajo y ocupe el puesto 128 de 188 en el índice de desarrollo humano de la ONU. Especialmente acuciante es la situación de los jóvenes: casi la mitad se encuentra sin trabajo. El crecimiento demográfico del país es uno de los más bajos del continente —tan solo un 2% anual—, lo que, unido a un crecimiento económico mayor, debería traducirse en un mejor nivel de vida, pero las oportunidades no llegan a los jóvenes. Muchos han optado por salir del país para desarrollarse, la inmensa mayoría al país vecino: en la actualidad hay 174.000 namibios asentados en Sudáfrica, lo que supone un 7% de la población namibia.
Para ampliar: “Adónde migran los africanos”, Pablo Moral en El Orden Mundial, 2018
Conseguir cerrar la brecha de la desigualdad y retener al capital humano del país es uno de los mayores retos a los que se enfrentará la SWAPO en el futuro cercano. Su trayectoria indica que el partido ha logrado una identidad nacional alejada del colonialismo y la confianza del electorado respetando las normas democráticas. El actual presidente es el claro favorito para las elecciones de noviembre de 2019. Su principal tarea debe centrarse en planificar cuanto antes una política a largo plazo que asegure que Namibia no sea solo un referente de estabilidad y democracia, sino también de desarrollo e inclusión.