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October 13, 2020
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Posted by NCID

Esta pieza de opinión fue publicada originalmente en el Diario de Navarra el 13 de octubre con motivo de la concesión del Premio Nobel de Economía 2020 a los profesores de la Universidad de Stanford, Paul R. Milgrom y Robert B. Wilson. El autor es el investigador residente del NCID, Raúl Bajo-Buenestado.


Quizás el lector haya ido esta mañana al mercado a comprar pescado fresco; o quizás haya escrito un mensaje de texto a un familiar usando su teléfono móvil; o puede que haya repostado en alguna estación de servicio ubicada en nuestra red de autopistas. Si ha hecho alguna de estas actividades cotidianas, quizás le resultará interesante saber que, de alguna manera, sus acciones han sido influenciadas por el trabajo realizado por los flamantes premios Nobel en Economía de este año 2020: Paul R. Milgrom y Robert B. Wilson, de la Universidad de Stanford en California.

La académica sueca ha decidido galardonar a estos dos notables economistas norteamericanos por sus importantes contribuciones a la teoría de subastas; teoría que, como indico más arriba, influye en muchas de nuestras acciones más rutinarias. Por ejemplo, el pescado fresco que compramos en el mercado suele subastarse al por mayor en las lonjas usando el mecanismo conocido como “subasta holandesa”, en la que el mayorista parte de un precio inicial al que ofrece su género, el cual va descendiendo hasta que algún postor (esto es, algún pescadero minorista) lo detenga. De la misma manera, las bandas de telefonía de 4G y 5G son asignadas mediante un proceso de pujas “a sobre cerrado”, en el que las diferentes compañías de telecomunicaciones han de escribir el coste que están dispuestas a incurrir por desarrollar la infraestructura necesaria; así, el desarrollo de tal infraestructura es asignado a la compañía que lo ofrezca al coste más bajo. Un proceso similar se utiliza en España para conceder los espacios designados a estaciones de servicio en autopistas de peaje.

La elección de un mecanismo de subasta u otro no es, ni mucho menos, casual. Es más, esta responde al exhaustivo análisis desarrollado de manera pionera por Paul Milgrom y Robert Wilson, quienes han conseguido explicar cuáles son los mejores tipos de subastas en cada contexto, y por qué, en atención al comportamiento de los participantes. Por ejemplo, las subastas holandesas son precisamente usadas en las lonjas de pescado porque estás disminuyen la probabilidad de colusión entre los pescaderos minoristas; lo cual, claro está, repercute en su bolsillo positivamente, si es que usted es consumidor habitual de pescado fresco. En otro contexto quizás un poco más exótico como pudiera ser el de las subastas de arte, el mecanismo habitual utilizado es el de “pujas a mano alzada” (o subasta inglesa), en el que los coleccionistas de arte compiten entre si “a viva voz”, ofreciendo precios de manera ascendente. Si tiene alguna pieza de arte de la que se quiera desprender, quizás le interesará saber que en este tipo de subastas los participantes suelen pujar por encima de lo que lo tenían pensado hacer inicialmente, fruto de la competencia creada de cara al publico por la “lucha de pujas a manos alzadas”; un efecto que los galardonados identificaron y definieron en sus escritos como “la maldición del ganador”.

Pero las contribuciones de estos autores han servido, no sólo para explicar teóricamente cuáles son los mejores mecanismos en cada contexto y por qué: todo este desarrollo teórico ha servido, ulteriormente, como palanca en la que se asienta un complejo y creciente análisis empírico, basado en millones de datos obtenidos de todo tipo de subastas a nivel mundial. El ejemplo más paradigmático para la aplicación de este tipo de trabajo lo ofrece la compañía norteamericana eBay, en cuyo portal online se celebran diariamente cientos (quizás miles) de subastas diarias. Gracias al desarrollo teórico de estos autores en conjunción con ese posterior análisis empírico, los mecanismos de asignación de bienes por procesos de subastas han ganado en eficacia y eficiencia estos últimos años. Este hecho nos ofrece una última lección: y es que no puede haber un análisis de datos serio y acertado, sin una teoría rigurosa que lo respalde. Una teoría que, en esta ocasión, bien ha valido un premio Nobel.