Este artículo fue publicado originalmente el 17 de julio de 2018 en la sección Planeta Futuro del diario El País. El autor es el investigador junior del Navarra Center for International Development David Soler Crespo. A continuación se reproduce parcialmente el artículo. Puede consultar el artículo original aquí.
Judith Kanakuze nunca quiso recordar lo que pasó en 1994: “Dios me salvó, pero no a mi familia”. Aloisea Inyumba no conoció a su padre y tuvo que escapar con su madre y cuatro hermanos y creció en un campo de refugiados de la vecina Uganda. Ambas se unieron poco más tarde al Frente Patriótico de Ruanda (RPF). Como muchas mujeres del país africano, Judith y Aloisea dieron un paso al frente para reconstruir una nación que quedó desgarrada, triturada y desangrada tras un terrible genocidio que dejó más de 800.000 muertos y trajo consigo una dura guerra civil de tres años.
El genocidio dejó una sociedad diezmada con un 70% de mujeres que nunca había trabajado ni ocupado puestos de poder. Además, 250.000 fueron violadas e infectadas del virus del VIH y 35.000 se quedaron embarazadas, según datos de Human Rights Watch. La sociedad debía reconstruirse necesariamente con las mujeres. Judith y Aloisea lo sabían. En el primer parlamento de 1994 tan solo había ocho mujeresentre los 70 diputados (un 11,4%), pero con su trabajo la perspectiva cambió radicalmente.
Aloisea se convirtió en 1994 en ministra de Género y Familia y creó un programa de mujeres por todo el país para que ellas tomaran las riendas en las comunidades locales. Judith fue una de las tres mujeres que formó parte de la comisión que redactó la nueva Constitución del país en 2003, la cual incluía una cuota mínima de un 30% de mujeres en el Parlamento nacional. Años más tarde, consiguió legislar contra la violencia de género y tipificar la violación como delito.
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