Esta columna de opinión fue originalmente publicada el 2 de junio de 2021 en El País Planeta Futuro. El autor es el investigador junior David Soler. Puede consultar el artículo original aquí.
Un señor mayor con camisa blanca y gorra pasa por delante de unas tablas de madera pintadas de blanco en las que se lee “ducha caliente: 10 chelines”. En la calle perpendicular, la ropa cuelga tendida al lado de un poste de electricidad desde el que sale una maraña de cables que sortean su camino hasta algunas de las casas de chapa cercanas. En el barrio de Mathare, en Nairobi, la falta de servicios públicos está a la orden del día para las más de 200.000 personas que allí viven, según los datos oficiales del censo, aunque hay estimaciones de que podrían ser hasta 500.000. Esta es una de las zonas más congestionadas de toda la capital de Kenia, con hasta 69.000 personas viviendo en un kilómetro cuadrado.
La pobreza urbana en África subsahariana es de las más altas del mundo. En 2010, el 61,7% de los habitantes de las ciudades lo hacía en viviendas infra dotadas y, aunque la cifra ha disminuido, en 2019 todavía un 47% residía encasas sin espacio ni saneamiento adecuado. Sin embargo, esta cifra no se circunscribe a África. A día de hoy, la mayoría de la gente alrededor del mundo ya vive en urbes y se espera que en 2050 la cifra aumente hasta un 68% de la población mundial. Ese aumento ha frenado el descenso de personas que viven en barrios aislados: un 23,5% habita en estas zonas a nivel global, pero este número se eleva hasta un 43% en Bolivia, un 55% en Bangladés e incluso un 95% en Sudán del Sur, el país con mayor tasa de población urbana viviendo en barrios de chabolas o slums.
La rápida urbanización mundial hace urgente promover políticas que luchen por una planificación urbana que contenga el aumento de la pobreza en barrios hacinados y desatendidos. Para ello es importante saber a qué nos referimos y tener una visión completa de qué convierte a un distrito marginal.
Tradicionalmente, los organismos públicos, instituciones académicas y empresas privadas se han basado en los datos socioeconómicos aportados por el censo de población. Esta medida cuantitativa ha servido de base para identificar la pobreza y realizar políticas públicas, pero este análisis está incompleto por varios motivos. Por un lado, en muchos países en desarrollo los censos no son fiables y, donde sí lo son, los años que pasan entre uno y otro hace que queden desactualizados rápidamente. Por otro lado, este enfoque se centra en la pobreza en el ámbito del hogar y no en el de barrio. Las mediciones de ONU-Habitat definen qué es una vivienda marginal con factores como si se tiene una letrina, el tamaño de la casa o los ingresos familiares, pero no miden la pobreza por áreas o barrios. Esto deja de lado otros factores importantes como los espacios abiertos de proximidad para que los niños jueguen, la conexión por transporte con otras zonas de la ciudad, los efectos de la contaminación o los árboles y zonas verdes.
Un grupo de ocho urbanistas europeos, norteamericanos y africanos se han unido para conseguir crear un marco de referencia que sea multidimensional y permita medir con mayor exactitud la pobreza urbana. Entre ellos se encuentra la española Ángela Abascal, investigadora del Navarra Center for International Development: “Repasando la literatura científica y el material de las oenegés nos dimos cuenta de que no hay un enfoque integral de la pobreza urbana”, dice la urbanista de la Universidad de Navarra.
El marco identifica un total de 67 indicadores a través de nueve dominios para medir la pobreza entre los cuales está, además de la vivienda, la contaminación, la gobernanza y los servicios de los que dispone cada barrio, entre otros. El objetivo es definir diferentes tipos de mediciones generales que definen a áreas urbanas desfavorecidas alrededor del mundo ya sea en Nigeria, Perú o Pakistán. “Lo importante es crear un modelo adaptable a cualquier lugar para que se consideren todas las dimensiones que hacen que un lugar esté marginalizado”, asegura Peter Elias, investigador en la Universidad de Lagos y uno de los autores del estudio.
Las nuevas tecnologías ofrecen una oportunidad para recabar todos estos datos con imágenes satelitales, teléfonos móviles inteligentes y GPS que pueden ofrecer una imagen multidimensional y más adecuada de la pobreza urbana. Pero más allá del cómo conseguirlo es igual de importante contar con población local para conocer sus problemas específicos. “Hemos realizado talleres con miembros de comunidades locales, oenegés y gobiernos para crear un índice transferible a diferentes contextos”. Los talleres iniciales se realizaron en tres ciudades africanas: Lagos, Accra y Nairobi, y el marco se está implementando ya en México junto con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), y en el norte de Nigeria, donde se pretende utilizar para medir los efectos de la crisis del coronavirus y los desplazamientos internos por la violencia.
Más allá de saber que un barrio es marginal es importante saber qué hace que lo sea. El enfoque centrado en términos monetarios no refleja una visión global de qué genera la pobreza. Sin una imagen completa no puede haber una respuesta pública efectiva que reduzca la desigualdad. En un contexto de rápida urbanización en países en desarrollo, es vital contar con las herramientas adecuadas para poder realizar una planificación urbana que se adecúe a la realidad y ayude a hacer habitables las ciudades del futuro.