Archivos
15 de Junio, 2020
Apariciones en los medios /
Escrito por NCID

Esta columna de opinión fue publicada originalmente el 15 de junio de 2020 en El País Planeta Futuro por el investigador junior del NCID, José Manuel Cuevas. Puede consultar el artículo original aquí.


En medio de tanta actualidad global se pierden tendencias de fondo. Por ejemplo, que en general la desigualdad entre países lleva décadas aumentando, pero dentro de cada uno ha disminuido. Por supuesto, son afirmaciones muy amplias y matizarlas depende de donde se mire. En este caso, los cambios en la riqueza y desarrollo se dan a distintas velocidades o incluso en direcciones opuestas, según la región, país o comunidad. En la investigación económica hay quienes han estudiado los porqués detrás de esas diferencias, a veces entre territorios vecinos o antiguamente dominados por una misma potencia, saliendo de la actualidad y atendiendo a la historia.

En 1993, Douglass North y Robert Fogel encumbraron la “nueva historia económica” con el Nobel que recibieron por aplicar nuevas teorías y métodos para explicar cambios económicos e institucionales. El reconocimiento impulsó lo que vendría en los años siguientes: Stanley Engerman y Kenneth Sokoloff, después Rafael La Porta, Florencio López-de-Silanes, Andrei Shleifer y Robert Vishny, y más adelante Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson publicaron investigaciones pioneras en ese encuentro más pulido de historia económica y economía del desarrollo. Los estudios contrastaban la evolución de aspectos económicos entre Estados Unidos y los países latinoamericanos, y entre excolonias de los antiguos imperios europeos en varios continentes.

Según la recopilación de Nathan Nunn, profesor en Harvard que trabaja en estas corrientes, esos aportes dieron pie a decenas y luego cientos de artículos que han medido los efectos del pasado a largo plazo y en el presente. Con la brecha de fondo entre antiguas colonias y e imperios, se han estudiado sobre todo las repercusiones de ciertas políticas coloniales (sobre esclavitud, propiedad, producción…) incluso hasta nuestros días, o los efectos económicos de distintos sistemas legales o de regulaciones específicas (sobre el manejo de la tierra, obras públicas, demografía, el rol de la mujer, educación, drogas…).

Esos y otros temas han ido abarcando la diversidad de los países en desarrollo para explicar las diferencias más recientes. De hecho, con el éxito en ventas Why Nations Fail o Por qué fracasan los países, Acemoglu y Robinson promovieron en 2012 fuera de la academia su postura de que el desarrollo se explica por los cambios en las instituciones y la política más que por la geografía y los legados culturales, utilizando ejemplos de distintas latitudes.

Ahora bien, es difícil compaginar la apertura de la historia con el rigor cuantitativo de la economía, pero se ha conseguido por necesidad mutua y porque ambas requieren límites para establecer explicaciones o modelos y no caer en lo inabarcable. Con casos sobre todo en Latinoamérica, África y Asia, la evidencia muestra que en general el dominio colonial fue positivo para el desarrollo; pero, claro, no hay cómo probar lo contrario en sentido amplio porque casi no hay países que no hayan sido controlados por potencias europeas. Además, cuanto más remoto sea el periodo de estudio, es más difícil construir bases de datos para trabajar con precisión.

Pero, al margen de la evolución de políticas coloniales o posteriores, la suma de esos casos específicos, desde Perú hasta la India o desde México hasta Sudáfrica, ha permitido ir identificando lo que se busca ahora, que son los canales y mecanismos concretos a través de los cuales la historia influye en el desarrollo y ayuda a explicarlo. Para Nunn, esos procesos se dan grosso modo a través de las instituciones internas, legados culturales y de comportamiento, transferencias de conocimiento y desarrollo de la tecnología, y la relación entre los contextos cambiantes y la influencia de quienes protagonizan esos cambios.

Por otro lado, para Romain Wacziarg, profesor en UCLA, y Enrico Spolaore, de Tufts University, que llevan una década estudiando el peso de las “barreras ancestrales”, en el desarrollo influyen las interacciones entre las instituciones, políticas públicas, innovación o adopción de tecnologías y, en menor medida, la geografía y la historia profunda. Ambos autores, sin embargo, también prueban que esas barreras son temporales, con lo cual, como también se ha estudiado desde otros campos, la historia y la geografía no son determinantes absolutos, ni mucho menos. Hay lugar para otras explicaciones, el azar y la implementación de políticas públicas adecuadas.

Eso último, de hecho, tiene que ver con la crítica común a las investigaciones económicas sobre historia en el propio gremio: no hacen recomendaciones de política pública a partir de la evidencia que aportan, objetivo usual en la investigación en economía. Pero eso es justamente lo que ocurre con el conocimiento histórico: no siempre tiene implicaciones prácticas inmediatas, pero como mínimo permite entender la evolución del pasado o el presente a la luz de esos hechos y procesos previos. A partir de allí, la historia ayuda a tomar mejores decisiones, en este caso para investigar sobre desarrollo o para implementar las políticas que mejoren la vida de las personas.