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January 16, 2021
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Posted by NCID

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation el 16 de enero de 2021. El autor es el investigador junior del Navarra Center for International Development. A continuación se reproduce el artículo íntegro bajo licencia Creative Commons BY-NC-ND. Puede leer el original aquí.


El debate de centralización o descentralización para la organización de un Estado trasciende a todo tipo de países del mundo. En naciones muy diversas, la pregunta es clara: ¿es mejor optar por un control centralizado desde la capital para conseguir la unidad del país o es preferible reconocer y apoyar esa diversidad para asegurar una coexistencia pacífica? En Kenia, un país de alrededor de 50 millones de habitantes y 45 grupos étnicos oficiales, llevan haciéndose esta pregunta desde su independencia en 1963.

Al principio, acordaron una organización federal conocida como Majimbo que fue breve. El primer presidente del país, Jomo Kenyatta, revirtió el sistema e impuso una centralización tras vencer en las primeras elecciones tras la independencia en 1964. 

Kenyatta consideraba un peligro el sistema federal, que ponía el foco en el gobierno local y dejaba un Estado central menor. Temía que el proyecto Majimbo impidiera crear un sentimiento nacional keniano y lo rechazó como una idea tribal y que iba contra los intereses del país. 

Sin embargo, tras más de 40 años de Estado mayoritariamente centralizado, Kenia ha dado marcha atrás para intentar evolucionar. En 2007, la violencia poselectoral dejó más de mil muertos, 600.000 desplazados y una conclusión clara: Kenia estaba dividida, incapaz de unirse por las diferencias étnicas.

Sin poder, las regiones periféricas se quejaban de preferencias de inversión en torno a Nairobi y la provincia central. El conflicto político de 2007 hizo temer una guerra civil y abrió los ojos a los líderes políticos, que promulgaron una nueva constitución en 2010 que promovía la descentralización.

La nueva Carta Magna cambia radicalmente las premisas iniciales por las que se había regido el país: reconoce la diversidad en lugar de ocultarla y promueve los derechos de las minorías. Con ella el país busca reducir la tensión étnica y construir una nación estable, dando poder a las etnias minoritarias para desarrollar sus regiones. Se han creado 47 condados, cada uno con su asamblea, gobierno regional y con competencias descentralizadas en cuestiones importantes como agricultura, salud o infraestructura. 

El nuevo modelo, alejado de las antiguas siete provincias, promueve dar poder directamente a las etnias minoritarias. 40 de los 47 condados tienen más del 75% de su población de la misma etnia y 11 son prácticamente monoétnicos, con un grupo que representa el 95% o más de la población. Tan solo 7 condados no tienen un grupo étnico mayoritario que alcance la mitad de su población. Así, hasta 18 gobernadores de 12 grupos étnicos fuera de las cinco comunidades más grandes han llegado al poder por primera vez en sus regiones. Sin embargo, esto demuestra que la etnicidad sigue teniendo un papel importante en la política keniana. Para entender por qué, cabe mirar la historia del país.

La importancia étnica

La política en Kenia se ha movilizado desde la independencia en torno a alianzas entre grupos étnicos. Cinco son los más grandes: los Kikuyu, Luhya, Kalenjin, Luo y Kamba. Ninguno representa a más del 20% de la población y han tenido que pactar para llegar al poder. Hasta la fecha ha habido tres presidentes Kikuyu –Jomo Kenyatta, Mwai Kibaki y el actual presidente, hijo del primero, Uhuru Kenyatta– y uno Kalenjin –Daniel arap Moi. 

Para entender la importancia étnica cabe mirar al pasado. Antes incluso de la colonización británica las distintas comunidades ya se organizaban por tribus alrededor del territorio de lo que hoy es Kenia. Con la colonización, los británicos impusieron un modelo centralizado pero dividieron el país en zonas nativas donde separaron a cada comunidad para asegurar su control. 

Esa división ha potenciado la falta de unidad actual y la movilización étnica a la hora de conseguir votos. Los políticos azuzan el miedo a que otro les gobierne y prometen beneficios para sus coetáneos si ellos llegan al poder.

Desarrollo desigual con la descentralización

Para poder analizar si la descentralización ha ayudado a desarrollar el país hay que fijarse en las competencias descentralizadas. Si analizamos los parámetros, todos se han beneficiado de la devolución de poderes en líneas generales. Todos los condados han mejorado su PIB regional, el país ha incrementado sus centros de salud, se han construido carreteras en zonas desfavorecidas y la pobreza se ha disminuido en más de trece puntos desde 2006

Sin embargo, sigue habiendo una brecha enorme entre el norte y este, mucho más pobre, y el resto. Esta diferencia coincide con los lugares donde viven las etnias minoritarias. La descentralización prometía potenciar sus zonas pero ha acabado beneficiando más a las mayorías, dejando al país muy lejos de los objetivos expuestos en la Visión 2030.

Tan solo 6 de los 47 condados han cumplido los requisitos mínimos de personal sanitario de la ONU. En infraestructura, el país está lejos del objetivo de hacer accesible por carretera todas los municipios para 2030. En nueve condados del norte y este del país ni la mitad de la población tiene una carretera asfaltada a cinco kilómetros de su casa. El condado noreste de Wajir es el menos conectado con solo un 15% de su gente a cinco kilómetros o menos de una vía asfaltada.

Por su parte, el impulso agrícola promovido por el gobierno ha beneficiado al país, que ha sobrepasado a Angola como tercera economía de África subsahariana. Sin embargo, esto ha beneficiado sobre todo a las tierras fértiles del centro y oeste del país. Los condados de Nakuru, Nyandarua, y Elgeyo Marakwet son los de mayor producción agrícola y los que más han crecido en cuanto a PIB regional, y en todos ellos el grupo étnico mayoritario es Kikuyu o Kalenjin, los que forman el gobierno nacional. El 83% de las tierras del país son áridas y tan solo en un 2% hay sistemas de riego. 

Esta diferencia se refleja en los niveles de pobreza. Todos los condados de la antigua Provincia Central y Nairobi, habitados principalmente por los grupos étnicos más grandes, están por debajo de los niveles de pobreza nacionales. En cambio, los 10 condados con los niveles de pobreza más altos tienen todos una mayoría de su población de un grupo étnico minoritario: los Borana, Somalí, Orma, Samburu y Turkana.

Contribución a la unidad y apoyo amplio

Kenia sí ha avanzado más en el otro objetivo principal de la nueva constitución, el de unir al país. Dos tercios de los ciudadanos se consideran más kenianos con el nuevo sistema y una mayoría cree que este está uniendo al país. La introducción de comicios regionales ha reducido la probabilidad de conflicto al repartir el premio político y crear dirigentes regionales con un interés genuino en evitar la violencia en las zonas donde gobiernan. 

Una encuesta de Afobarometer revela que el 90% de los ciudadanos se sienten al menos tan kenianos como parte de su grupo étnico, mientras que un 54% asegura tener mayor sentimiento nacional que el que tiene por su comunidad. Sin embargo, lo interesante es que casi la mitad, un 46%, también dice sentirse más apegado a su etnia tras la descentralización. Esto demuestra que reconocer la diversidad y tener sentimiento comunitario no está reñido con la creación de una unidad nacional, algo que rechazaba el padre fundador Kenyatta.

Las encuestas muestran que los kenianos apoyan ampliamente la descentralización, con un 84% a favor. Esto muestra que la salud del nuevo modelo es fuerte. Esta visión favorable es todavía mayor en las zonas tradicionalmente excluidas del poder nacional, como las antiguas Provincia Costera (90%), Nyanza (88%) y la Provincia Oriental (85%). 

A pesar de que todavía queda mucho camino por recorrer e injusticias por corregir para reducir las desigualdades en el país, la descentralización está haciendo avanzar a Kenia.