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June 16, 2020
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Posted by NCID

Esta columna de opinión fue originalmente publicada el 16 de junio de 2020 en El País Planeta Futuro por el investigador junior David Soler. Recoge los resultados del Working Paper The Ocean and Early-Childhood Mortality publicado por el investigador junior Iván Kim y el investigador no residente Alex Armand. Puede consultar el artículo original aquí.


A más de diez mil kilómetros de tu casa hay una región africana de dónde sale ese pescado que le das a tu hijo cuándo aún no sabe ni qué es ni si le gusta. Normalmente, viene congelado y rebozado en forma de estrella, palito o filete para llamar la atención de los pequeños.

España es el principal socio de exportación de Namibia y en 2018 importó pescado del país africano por un valor de más de 57 millones de euros. Allí faenan barcos de las principales multinacionales españolas del sector, que traen cada año 18.000 toneladas de congelados de merluza, rape, langosta y sardina, entre otros. La exportación de este producto ha ido en aumento en los últimos años.

La sobrepesca ha hecho desaparecer casi dos tercios de las especies marinas desde los años cincuenta y ha cambiado el sector. La pesca en países desarrollados está a la mitad de los niveles de 1980 y los barcos occidentales se han ido desplazando a aguas de países en desarrollo, cuya producción ha incrementado constantemente desde 1990 y ha producido una paradoja: la pesca industrial ha convertido al pescado en un alimento que se come en un continente diferente al de donde se captura, provocando escasez en su lugar de origen. En Namibia, sus ciudadanos solo consumen el 10% de lo que sale de sus aguas.

A esta situación debemos sumar el efecto del cambio climático en los océanos. Estos han absorbido la mayoría del dióxido de carbono y, en buena parte, nos han salvado de las peores consecuencias del calentamiento global. Pero, al hacerlo, ha aumentado la concentración de ácido carbónico.

Desde la revolución industrial, la acidificación del océano se ha incrementado en un 30% y esto tiene un efecto directo en la vida marina. La acidez daña los corales de arrecife que, además de actuar como protección natural de nuestras ciudades (ya erosionadas por el desarrollo inmobiliario costero), son el hogar de distintas especies marinas y una zona importante de pesca.

A su vez, el calentamiento global produce corrientes ascendentes que oxigenan lo más profundo del mar, causando que florezcan, todavía más, las algas que atrapan el oxígeno y dejan sin vida a los peces. En los noventa, en la costa de Benguela de Namibia, un boom de algas mató al 80% de merluzas en una zona y ha dejado las aguas con solo un 10% de oxígeno, haciendo imposible que mucha fauna puedan sobrevivir.

Perder nutrientes esenciales durante la gestación

Los factores anteriormente descritos afectan directamente a la vida marina porque cambian el metabolismo, tamaño y cantidad de los peces disponibles para consumo y, con ello, la nutrición de las poblaciones que viven de ellos. La acidificación disminuye su desarrollo al reducir la disponibilidad de minerales necesarios para el calcio de los huesos y la fortaleza de sus esqueletos. El resultado: son menos y más pequeños. Un efecto que se ha visto más pronunciado en Benguela, donde la pesca industrial, el crecimiento de la población y la falta de preocupación política han provocado una mayor reducción en la cantidad de peces.

El pescado es la fuente de un 17% de la proteína animal que se toma en el mundo y su importancia es todavía mayor en países pobres, donde representa el 26%, y en pequeños países isleños como Comoras, donde la mitad de las que se ingieren provienen de ellos. Si no los hay, la población no tiene alternativas de alimentación y deja de tener nutrientes vitales para el desarrollo humano como el hierro, calcio, zinc y omega-3. Estos efectos son vitales especialmente durante el embarazo, ya que la falta de proteínas como el zinc o el hierro reduce la cantidad de sangre durante la gestación y frena el crecimiento apropiado del feto, incrementando las posibilidades de muerte prematura.

El estudio The Ocean and Early-Childhood Mortality de los investigadores Alex Armand, de Novafrica, e Iván Kim, del Navarra Center for International Development de la Universidad de Navarra, ha descubierto que la acidificación de los océanos tiene un efecto directo en la muerte de neonatos. La investigación analiza más de un millón y medio de nacimientos entre 1972 y 2018 en ciudades a menos de cien kilómetros de la costa en 36 países en desarrollo alrededor de África, Asia y América Latina y los compara con el incremento del pH de los océanos. Así, han descubierto que por cada incremento en 0.01 puntos en el pH del mar, de media mueren dos bebés de cada mil que nacen. Los resultados indican que estos efectos son más pronunciados en el primer mes de vida y cuánto más cerca del mar y a menor altitud esté la localidad. En países isleños como Comoras el efecto de la acidificación se multiplica, llegando a contribuir a la muerte de 11.9 bebés por cada mil y siendo la causa de la mitad de estas muertes.

Si esta tendencia no se revierte, las previsiones son que para 2100 el pH de los océanos se reduzca en 0.32 puntos, lo que significa que la acidificación contribuiría de forma directa al fallecimiento adicional de 64 neonatos por cada mil recién nacidos. Proteger los océanos no va solo de salvar la vida de millones de peces, sino también de miles de niños en países en desarrollo que ante la sobrepesca y el cambio climático pierden nutrientes esenciales durante su periodo de gestación que causan una malnutrición fatal. Las cuotas de pesca anual de la Unión Europea son todavía un tercio mayores de lo considerado sostenible por la comunidad científica.

El efecto de la acidificación de los océanos ya es tan grave para la gestación de un bebé como si esta se produce en un lugar en conflicto. Por si fuera poco, el peligro es invisible a las madres en países en desarrollo. Está en manos del ser humano cambiar de modelo para poder cuidar nuestros océanos y evitar la muerte de miles de bebés alrededor del mundo.